CRÓNICA MARATÓN MOTAÑA
SIERRA ESPADÁN y la fuerza de la voluntad (de leerla).
Nos
quejamos de puro vicio. Yo mismo, iba a comenzar haciéndolo en esta crónica;
por los motivos que más abajo os pasaré a relatar, pero ahora debo comenzar
reconociendo el pundonor, el amor al deporte, y la fuerza de voluntad que me ha
demostrado mi compañero de aventura.
Bien
tempranito arreamos para Segorbe, no en multitudinario grupo, sino en la
compañía que nos brindábamos mi admirado compañero Roberto y el que suscribe. Eran
las cinco y media de la mañana, Roberto apenas había podido calentar la cama,
ya que después de todo el sábado trabajado llegó a casa sobre las tres de la
madrugada, por lo menos eso me contó, y no dudé en creer cuando le miré
perplejo a la cara.
Como
era mi propósito, llegamos con tiempo suficiente para poder desayunar ya en el
lugar; por que a las horas que sonó el despertador va ser que no.
-
¡Desayunar dices!, pero si yo estaba
cenando a las dos de la madrugada,
-eso me dijo-.
Finalmente
le convencí para que tomara un café y dos dulces. Mientras, yo daba buen recaudo de las vituallas mañaneras y le
aconsejaba como buen imprudente; ya que para mi también era la primera maratón,
y también de montaña; de lo importante que era dosificar los esfuerzos, y eso
“de que en montaña menos es más” y chorradas de esas, que cuando estas en faena
ni te acuerdas, él entretanto dormía. No había discusión posible.
La
mañana a pesar de fresca, estaba iluminada por un sol esperanzador. Sobre las
ocho y media, nos pidieron a los participantes que nos metiéramos en un redil
habilitado al efecto, con el propósito de pasar por “la manta” que era la que
electrónicamente pasaba lista, finalmente allí nos encontramos todos los que
estábamos, ni uno más ¡palabra de Chip!. Allí estuvimos como presos en hora de
patio –novecientos inscritos en el terreno que ocupa una pista de básquet y un
mini frontón- hasta casi la hora de salida, en la que bien encauzados, nos amontonamos
lo más próximo posible al arco de salida, quizás con la intención de ahorrarnos
algunos metros de penuria o bien entrar sin contratiempos en la primera curva,
que está visto que puede ser determinante en el resultado final de este tipo de
pruebas.
Puntual,
salimos para mi sorpresa bastante deprisa para lo que yo esperaba que pudiera
ser en una carrera tan larga, de hecho enseguida se abrieron huecos y cada uno
defendió su posición como pudo. La primera mitad de la carrera era la que
acumulaba la totalidad del desnivel, poniendo el terreno a cada uno en su
sitio. Yo como buen novato sobrado de temeridad, me mantenía entre los puestos
diez y el quince, unos me pasaban, a otros pasaba yo, en definitiva: “las
gallinas que entran por las que salen”. Hasta la subida a la cota máxima a la
carrera, y la bajada inmediata desde el pico que da nombre a la sierra, fui
alterando posiciones con unos y otros, veía y me veían, pero poco después del
avituallamiento del kilómetro veintiséis, me encontré con “la soledad del
corredor de montaña”. Es difícil creer que en una carrera con casi novecientos
participantes, puedes estar corriendo, kilómetros y kilómetros sin ver a ningún
otro, la verdad es que sobrecoge.
Ahí
iba yo, en la posición diez, corriendo y corriendo, y saludando a los que por
el camino me cruzaba, ¡de verdad que da alegría ver de vez en cuando a
alguien!, ¡Ah y por supuesto!, en los avituallamientos parando ¡que en todos
los trabajos se fuma!. Vamos una situación idílica y bucólica donde las haya,
salvo por los calambrazos alternos que me daban unas veces los gemelos otras
veces la cara interior de los cuádriceps, posiblemente tendría algo que ver que
ya llevaba más de treinta kilómetros, no sé. Es curioso como en estos trances
de carrera, pasas de repente a ver un participante delante, y de eso a cogerle
y despedirte de él es un todo, del mismo modo pero al revés, que cuando eres
cazado tú, -a esas alturas, tenemos poco margen de maniobra-. De este modo
llegué hasta la posición nueve.
Y
hablando de márgenes… antes de llegar a Castellnovo, en una zona de huertas,
por cuya linde discurría la senda por la que transitábamos, paralela a una
acequia, me encuentro que un huertano dominguero que tenía estacionado su
vehículo sobre la senda por la que discurría el trazado, hasta tal punto que
tuve que pasar haciendo equilibrios para no tocar su espejo retrovisor y
resbalar margen abajo, motivo por el que le recriminé tal estacionamiento,
recibiendo como contestación: “nosotros
tenemos que trabajar”; no sé qué tenía que ver una cosa con la otra, pero
como tenía algo de prisa tampoco quise entrar en controversias. El caso es que paso de refilón por
Castellnovo, última localidad antes de la deseada Segorbe, kilómetro 37 de
carrera, y un buen hombre me da ánimos, me dice que voy muy bien, que mantenga
la posición, me ofrece agua de una botella que portaba, y vez de parar a
refrescarme, y contarle que unos metros antes había llamado la atención a aquél
vecino y pedirle que le hiciera entrar en razón, para que no se ofuscara porque
unos pocos ociosos corriendo le habían fastidiado su domingo de huerta y su
magnífica plaza de estacionamiento, ya que aún tendría que soportar el paso de algunos
más; voy y sigo. Ya no me acordaba de mis premonitorias palabras “menos es
más”, y así fue, camino asfaltado perfectamente visible, las cintas en los
árboles, sigo por el camino asfaltado, pero… ¿y las cintas? ¡bueno a lo mejor
como el camino es “to tieso, pa qué” van a gastar en cintas! “poner cintas pa
na, es tontería”, y yo corriendo, y corriendo, curvita a la derecha, y
corriendo y pensando: ¡vaya tela, mucho ahorro me parece esto, que no veo
cintas!. Hasta que finalmente, veo que el camino asfaltado sale a una
carretera, ¡cómo, me cagüen, y ahora qué hago! me paro, no pasaba un coche.
Finalmente veo que procedente de Castellnovo venía un vehículo ¡a este le ha
tocao!, le hago parar, era una familia, primero les digo que estoy perdido y
después les explico que lo del dorsal es por la carrera, y hablando de
carreras… les pregunto si tienen alguna idea de por dónde puede discurrir, y el
hombre en vez de decirme lo que realmente pensaba, prefirió desviarse de su
camino, confirmar si había llegado allí por aquel mismo camino asfaltado, y
pedirme que esperara allí mientras él desandaba con el coche aquel recorrido
por si veía alguna indicación, cosa que hizo inmediatamente, pero yo no estaba
por la labor de esperar pacientemente a que me trajese recado, por lo que
decidí echar a correr tras el coche, a pesar de correr el riesgo de confirmar
las peores sospechas que pudieran tener sobre mi persona los ocupantes de aquel
vehículo. ¡Bendito sea el Señor!, allí saliendo de los frutales para adentrarse
en unos campos yermos, un corredor, ¡mira,
mira, por ahí va uno! -me gritaban los ocupantes del vehículo-, y yo como
perro cegado tras su presa, los sobrepasé sin tiempo apenas de agradecerles su
colaboración únicamente con el ansia de llegar a la altura de aquel corredor
que me ponía nuevamente en el “buen camino”; tras aproximadamente ochocientos
metros de más y unos diez minutos de despiste.
Qué
susto le pegué a aquel buen amigo, -¡pero
tío, a ti qué te han dao?- nada, que me he perdido- le dije. Me dijo que
creía que era el doce o el trece, y yo pensé que iba a ser por poco tiempo,
porque tenía que intentar recuperar lo perdido aunque solamente quedaran cuatro
kilómetros, así que me metí en faena y curiosamente empecé a desear que ojala
quedara más para terminar; ¡vamos… delirando!.
Ya
entro a Segorbe, me resulta familiar la calle, es la misma por la que subimos
al inicio de la carrera, las vallas de meta, desde ellas aquella misma familia
del coche, animándome y recordándome que para no ser muy listo, no estaba mal,
y es que: ¡NOS QUEJAMOS DE PURO VICIO”.
¡Leche,
se me olvidaba Roberto¡ ¡qué habrá pasado con Roberto! Pues nada, lo dicho, a
pesar de los pesares, que dice que fueron muchos y variados, podemos confirmar
que la pareja “terco y despistao” acabaron su primer maratón de montaña, ambos
felices, uno por el reto personal de superación y el otro porque no se enteró
cuando daban los trofeos y lo recogió a destiempo, quedado de este modo al
abrigo del anonimato.
No
puedo terminar sin felicitar al otro componente del Club que también participó
y se inscribió como tal: José Antonio Campillo, y al que tuve ocasión de
saludar y conocer en aquel mismo lugar, a pesar de haber coincidido en alguna
otra carrera. Lástima que no tengamos los componentes de este Club la
complicidad en este tipo de pruebas como la demuestran los que participan en
las de asfalto, y es que ya se sabe… “la soledad del corredor de montaña”.
Nota
del autor: Por favor, os ruego discreción, si se entera la organización que me
he saltado parte del recorrido, aunque sea para hacerlo más largo, me podían desposeer
de mi reconocimiento como tercer clasificado de la categoría Veteranos A, y ya
he empezado los botes de mermelada y de miel, y las nueces tampoco quedan, por
el trofeo no habría problema.
fotos
Dejaras algún dia de sorprenderme?, enhorabuena campeon, fin de semana movidito de carreras, y el teixereta por todos lados, eso es bueno.
ResponderEliminarEnhorabuena, a los tres, con tu crónica se vive sin haberlo visto. ¡A por el próximo reto! nos vemos...saludos.
ResponderEliminar¡Que grande eres¡ enhorabuena , haber si en alguna montañita algun dia nos vemos , saludos ...
ResponderEliminarQue pasada de cronica Mota,enhorabuena a los tres.
ResponderEliminarDespues de leer tu crónica creo que me tengo que duchar de lo cansado que estoy de tantos kms. y tantas subidas y bajadas.Enhorabuena a los tres aunque solo te conozca a ti.
ResponderEliminarMi más cordial enhorabuena a todos!!!
ResponderEliminarPalabras mayores...
Enhorabuena por el resultado, por lo sobrado que se te ve y ¡como no! por la estupenda crónica, digna de de un capítulo de: Al Filo de lo Imposible
ResponderEliminarTe felicito por la cronica, muy bien relatada y haciendola amena, solo me extraña, que no hayas hecho ningún comentario del Barranco de Almanzor de Almedijar, pues cuando hace unos años yo hice la maraton, me quedé impresionado por su belleza, su camino, la mezcla de pinos entre alcornoques, en fín un paraje que se me quedó grabado para siempre.
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